El lenguaje nos permite describir el mundo que nos rodea y además podemos analizar nuestra propia manera de pensar y de ver lo que pasa con nosotros mismos. Con el lenguaje interpretamos los eventos que vivimos, nombramos lo conocido y creamos nombres para los nuevos procesos que se van descubriendo. Hablar es una herramienta de la vida, la que nos sirve para organizar historias de las experiencias que vivimos y así les damos una organización que nos permite comprenderlas.
Las palabras son intrínsecas al pensamiento, somos uno, con nuestra conciencia y con los pensamientos, que se plantean con las palabras y el lenguaje, de tal manera que cuando percibimos la realidad con todos nuestros sentidos y la describimos, la analizamos, diferimos de la interpretación que le dan otros, o creamos poemas para evidenciar el efecto emocional que un evento tiene, estamos siendo a través del lenguaje, la conciencia, creadas en la relación que tenemos con la realidad.
Vivimos y creamos una interpretación de lo que vivimos, y es de acuerdo a esa lectura que hacemos y a las conclusiones a las que llegamos que actuamos, así, las historias que creamos modelan nuestra vida. Cuando interactuamos con otros ponemos en acción eso que pensamos de nosotros y recibimos la reacción de las otras personas a lo que hacemos y eso nos permite modificar la manera en que nos comportamos y lo que aprendemos.
Cuando hablamos con otras personas, no únicamente estamos emitiendo sonidos, estamos expresando lo que somos y lo que deseamos de la relación con ellas, por lo tanto las palabras están inscritas en una relación que les da un peso particular. Así, si una que nos quiere nos dice “Eso no te queda”, tomamos su opinión en el contexto de la relación pero si, una persona con la que la relación es mala, nos dice eso, tal vez lo tomaríamos como un ataque o una descalificación. La relación cambia el peso que tienen las palabras. Cuando hablamos con otras personas, las palabras tienen el peso de la expresión del afecto, nos permiten clarificarle a los demás nuestras intenciones, lo que sentimos, lo que pensaos, lo que queremos de tal manera que podamos interactuar y recibir el contacto y la retroalimentación de lo que somos y de lo que pensamos.
Además, cuando se dice que el lenguaje no es inocente, se está planteando que las palabras crean contextos que tienen efectos negativos sobre las posibilidades de descubrir aspectos de nuestra historia, que encierran a la persona cuando categóricamente se aseguran cosas con respecto a su identidad. Por ejemplo, si al un niño se le dice “eres tonto” o “eres malo, eres el diablo”, como esas aseveraciones son juicios de valor que están desconectadas de otras experiencias de vida, no le permiten a la persona o al niño/a, la posibilidad de analizar como cambiar, que el lo que molesta a los demás y como puede reflexionar sobre su propia experiencia de conducirse de esa manera.
Existen maneras de hablar que bloquean el intercambio de información, e interfieren con la posibilidad de entendernos cuando nos relacionamos, esto pasa cuando el lenguaje está cargado de juicios de valor, de etiquetas negativas, de expresiones que rotulan a las personas, o cuando se piden explicaciones más allá de la comprensión de la persona misma, lo cual cierra el proceso de intercambio puesto que lo único posible es defenderse, cerrarse o decir “no se”. La pregunta evidente sería ¿Cómo podemos hablarnos de tal manera que podamos abrir la puerta para entender la manera de ver y de pensar de a otra persona? y más aún, ¿Cómo podemos ayudar a la otra persona a entender lo que le pasa o lo que siente? Con un lenguaje que, en vez de presuponer respuestas pregunte, permita que la persona exponga sus razones y maneras de ver lo vivido; con preguntas que abran el espacio de la confianza sin sentirse evaluado o juzgado; dando libertad para la expresión de todos los sentimientos aunque sean negativos sin juzgarlos; acallando la necesidad evaluar o de poner en tela de juicio lo que el otro dice y cruzando la barrera de la individualidad para ir a su mundo y entenderlo. Desde ahí, solo escuchando las palabras, las intenciones, el contexto, las maneras usuales de ser en esa cultura, es que podremos escuchar con el corazón.
Para poder influir en la otra persona primero tenemos que entenderla, que abrir nuestro intelecto y nuestro corazón para ir hacia su mundo, desde ahí, es que crearemos una relación en la que la verdadera intimidad puede darse, en la que la confianza hace que la persona pueda re-examinar, si lo que hace, está en relación a lo que considera valioso en la vida o si debe cambiar. Una relación así, nos permite crecer mutuamente, sentimos con la posibilidad de exponer lo que somos sin miedo a ser juzgados o despreciados y crea un contexto en el que aprendemos la importancia de escuchar a las personas más allá de las palabras, estando con ellas en la vida.
Las palabras pueden ser armas que destrozan, que aniquilan el corazón de la persona agredida, rechazada o juzgada. El efecto de lo que decimos puede encontrarse con una respuesta más agresiva cuando estamos degradando con las palabras. Si por el contrario, escuchamos con el corazón abierto lo que las personas nos dicen, y estamos dispuestos a aprender oque eso significa para su vida, las palabras serán el vínculo que permita que las personas que están en ella se entiendan, se respetan, se amen y crezcan.
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